El desequilibrio del saber: cuando creer y no escuchar frenan la transformación
- atrevinop
- 23 oct
- 3 Min. de lectura

Hay una trampa silenciosa que ronda en los pasillos del conocimiento y la tecnología: la ilusión de infalibilidad. Ese momento en que alguien, o incluso nosotros mismos, cree que por haber entendido algo ya nada puede contradecir su visión. Es el punto donde el aprendizaje deja de expandirse y se convierte en un muro invisible.
La ilusión de infalibilidad es peligrosa porque viste con ropas de certeza. Nos hace pensar que dominar un tema, una herramienta o una metodología nos da la última palabra. Y en ese instante, sin notarlo, dejamos de escuchar, de observar y de evolucionar.
En el mundo de la transformación digital este fenómeno es más común de lo que parece. Vemos especialistas que defienden una tecnología como si fuera religión, líderes que creen que una herramienta resolverá todos los males o equipos que confunden adopción con comprensión. Así se construye un entorno donde la innovación se ahoga entre egos y dogmas.
El sesgo de proximidad: cuando estar presente no significa ser visto
A la ilusión de infalibilidad se suma otro fenómeno profundamente humano: el sesgo de proximidad. Es esa sensación de estar tan cerca de algo, de un problema, de un proyecto o de una persona, que te vuelves invisible. Tu conocimiento, tu experiencia o tus advertencias se diluyen por la simple costumbre de estar ahí. No se te escucha, no porque no tengas razón, sino porque tu presencia se ha normalizado.
Este sesgo se manifiesta con frecuencia en los procesos de transformación digital. Personas que viven el problema, que conocen los detalles y que podrían aportar claridad, son ignoradas porque se asume que “ya están en el entorno”. Paradójicamente, la distancia a veces da más peso a la voz que la cercanía. Y así, las soluciones más valiosas suelen pasar inadvertidas.
Dos fenómenos profundamente humanos
Tanto la ilusión de infalibilidad como el sesgo de proximidad son fenómenos completamente humanos. El primero surge del deseo de sentirnos seguros en lo que sabemos. El segundo, del desgaste emocional de quien, por estar demasiado cerca, deja de ser escuchado. Ambos nacen del mismo lugar: la emoción. Y es ahí donde se demuestra que la transformación digital no es tecnológica, sino cultural y humana.
Reconocerlos no implica erradicarlos, sino mantenerlos bajo observación. Porque el pensamiento crítico no surge de negar lo humano, sino de aprender a gestionarlo con humildad.
Humildad y equilibrio: el verdadero punto de inflexión
Reconocer con humildad que todos podemos caer en cualquiera de estos extremos es el primer paso para avanzar. Porque tanto la infalibilidad como la invisibilidad por proximidad son espejos que deforman la realidad: uno te hace creer que no puedes equivocarte y el otro, que tu voz no vale ser escuchada.
El equilibrio consiste en mantener la mente abierta sin perder la convicción, en escuchar sin rendir criterio y en reconocer que el conocimiento sin humildad se vuelve soberbia, mientras que la cercanía sin reconocimiento se convierte en silencio.
Solo cuando entendemos este balance, la transformación digital deja de ser un discurso y se convierte en cultura. Una cultura donde aprender, cuestionar y compartir pesan más que tener la razón.
Volver al propósito
Transformar digitalmente no se trata de tener razón, sino de encontrar sentido. De abrir espacios para que las ideas fluyan sin filtros de ego ni de cercanía. Porque lo verdaderamente digital no es lo tecnológico, sino lo mental: la capacidad de actualizar nuestra forma de pensar cada vez que algo nos demuestra que no teníamos toda la razón.
En Pensar Digitalmente creemos que la transformación comienza cuando dejamos de imponer verdades y empezamos a descubrirlas juntos.
En palabras simples: no se trata de saberlo todo, sino de seguir sabiendo cómo aprender.




Comentarios